La Infanta Elena trata de olvidar el peor día de su vida que carga con la sombra de la Reina Letizia

En ninguna familia real, sea española, británica, monegasca, holandesa o cualquier otra, el divorcio se considera como una opción viable o tan siquiera se piensa en ello. Cada cada reinante alberga profundas convicciones religiosas y su unión indisoluble con la iglesia no permite siquiera pensar en esta posibilidad, aunque siempre hay excepciones a la regla, y ,precisamente porque los casos no abundan, tenemos dos dentro de la familia Borbón: el de la Infanta Elena y el de la Reina Letizia.

Un día como hoy hace 15 años se anunciaba de forma definitiva el divorcio de la hija de los reyes eméritos con Jaime de Marichalar, bajo el eufemismo discursivo del "cese temporal de la convivencia de los duques de Lugo", con fecha exacta del 13 de noviembre de 2007. Para la hermana del Rey Felipe, supuso tres años de espera por la disolución definitiva, un cambio de residencia con sus dos hijos, Froilán y Victoria Federica, de 9 y 7 años, y además la tacha histórica de convertirse en la primera Infanta divorciada de España. De hecho, se dice que al ser católica practicante como su exesposo, ninguno podría volver a casarse por la fe, pues quedaron unidos por Dios y esto no se disuelve. El proceso legal es otra cosa. Si alguno quisiera nuevamente contraer matrimonio podría hacerlo por lo civil, aunque ya a la vuelta de todos estos años parece improbable. Ni la Infanta Elena ni Jaime de Marichalar volvieron a rehacer sus vidas en el plano sentimental.

En el caso de la Reina Letizia, de procedencia plebeya como sabemos, el divorcio ha erosionado su vida familiar: sus padres Jesus Ortiz y Paloma Rocasolano atravesaron por este proceso, y su hermana viva, Telma Ortiz, vivió lo propio con el padre de su hija Amanda, Enrique Martín Llop, y el abogado Jaime del Burgo. Incluso la propia Soberana es divorciada de su primera pareja conocida, Alonso Guerrero, con quién duró apenas un año de casada.

Si la regla monárquica se hubiera hecho valer, la cuñada de las infantas Elena y Cristina nunca hubiera sido esposa del Rey Felipe, pues la disolución de la unión nupcial es incompatible con la institución. Sin embargo, varios aspectos procedieron en su favor: 1. el hecho de no haber contraído boda católica, 2. el pulso que jugó don Felipe contra la Corona al punto de amenazar con dejarlo todo por ella y 3. el apoyo de muchos sectores de la sociedad que veían con ilusión casi infantil la dulce paradoja de la unión entre un príncipe de verdad y una hermosa plebeya, con pasado y sin trazas de sangre azul en su árbol genealógico.

La Infanta Elena en cambio se enfrentó con varios frentes abiertos: la oposición inicial de sus padres, especialmente doña Sofía, quien le aconsejó "aguantar" como ella lo había hecho con el Rey Juan Carlos, la ofuscación y bochorno de los sectores más monárquicos ante este hecho inédito en la historia y el abordaje mediático durante aquellos años que convirtieron a la expareja en los tristes protagonistas de innumerables titulares. Tal fue aquello que ni la Duquesa ni Jaime de Marichalar superaron nunca el repelús que hasta hoy les produce la prensa.

Sin embargo, la historia de la Infanta Elena, particularmente, abrió las puertas a su propia hermana, Cristina, para hacer lo propio con Iñaki Urdangarin luego de la escandalosa traición pública a la que fue sometida a principios de este año. Después de 15 años, se repite la historia, mientras que la pareja real conformada por el Rey Felipe y la Reina Letizia se mantiene indisoluble y fortalecida por el amor, el deber y el futuro de Leonor. ¿Estaríamos todos preparados en un supuesto caso, ante el divorcio de los reyes? ¿Cómo afrontaría Casa Real un escenario de semejante magnitud?